sábado, 15 de octubre de 2016

Los Aspectos sociales del Porfiriato.




Los efectos sociales del crecimiento económico fueron los cambios en patrones culturales de la población del norte, incremento de la desigualdad social, nacimiento de la clase obrera, formación de la burguesía nacional, transformaciones en la estructura ocupacional y la diferenciación de la clase media. 

De acuerdo con Tobler (1997), las capas medias y altas adquirieron patrones de conducta norteamericana, lo cual se evidenciaba en el hecho de que las familias pertenecientes a esas clases enviaban a sus hijos a escuelas y adoptaban el modo de vida estadounidense.
La disminución del número de artesanos independientes y de arrieros (a consecuencia del desarrollo del ferrocarril), así como la presencia cada vez mayor de campesinos sin tierra, coincidió con el surgimiento de la clase obrera, que presentaba una mezcla entre trabajadores urbanos y rurales. 

Por otro lado, este crecimiento económico permitió el incremento en el número de burócratas, pequeños comerciantes, rancheros independientes y arrendatarios que conformaron una incipiente burguesía mediana, de donde habrían de surgir, años más tarde, los líderes de la Revolución Mexicana. 

En el norte llegó a consolidarse una clase alta ocupada en la producción agropecuaria, pese al predominio de los inversionistas extranjeros. Esta clase logró participar en los beneficios del capitalismo dependiente, y se mostró crítica o complaciente frente a la política gubernamental. Dentro de esta clase podemos incluir a las familias Terrazas-Creel y Madero.
Los Científicos fueron parte constitutiva de la clase alta que debía su posición a la cercanía con Díaz y a su papel como intermediarios entre el gobierno y los inversionistas extranjeros. Los dos grandes ejemplos de los Científicos que, desde la administración pública cuidaban los intereses de las compañías extranjeras y fueron beneficiados con la adquisición de minas, propiedades y otros negocios, son José Yves Limantour, en la Secretaría de Hacienda y Enrique Creel, ministro de Relaciones Exteriores, director del Banco Minero y miembro del consejo administrador de la compañía petrolera “El Águila”. 

En lo que corresponde al carácter de las relaciones de producción, en el norte, la dinámica económica impuso la movilización de amplios sectores demográficos y la independencia mayor de trabajadores rurales y urbanos. Los trabajadores rurales se encontraban ante la posibilidad de migrar a Estados Unidos, debido a que el fortalecimiento del latifundio les dejaba sólo dos opciones: trabajo asalariado o la búsqueda de empleo en centros fabriles.
En el centro-sur, la agricultura de exportación significó la expansión de la hacienda sobre las propiedades comunales y las parcelas individuales. Existía además peonaje por deudas y, en menor medida, asalariado.

A finales del siglo XIX, el escritor Emilio Rabasa sostenía que el nexo que unía a los indios de un pasado glorioso (los aztecas) con los del presente no existía más. Por esta razón, el indio real debía redimirse, es decir, salvarse a través de la combinación con personas de piel blanca. La idea de desaparecer al indio a partir del mestizaje se sustentó en el “darwinismo social”, doctrina que planteaba que el mestizaje era la solución para evitar la decadencia de la “raza indígena”. La doctrina encontró un amplio apoyo con las políticas nacionales que estimularon la inmigración blanca a regiones consideradas indígenas.

La idea de que los indígenas eran enemigos del progreso, culpables del atraso del país y una amenaza para la unidad nacional, configuró una imagen negativa representada en las pinturas, los libros, los discursos, la prensa y la literatura popular.
Observa en el siguiente fragmento de la novela El Zarco, de Ignacio Manuel Altamirano, la idea que se tenía sobre los indios: “(...) Se conocía que era un indio (Nicolás), pero no un indio abyecto y servil, sino un hombre culto, ennoblecido por el trabajo y que tenía conciencia de su fuerza y de su valer”. 

Estas nociones del indio como ser degradado y salvaje llevaron a la desvalorización de la historia y de la cultura indígena. El indio representado estaba asimilado a los cánones estéticos occidentales: indio blanco y con rasgos caucásicos (pasado glorioso), pobre y degradado (presente infortunado). Al igual que los antecesores, el gobierno de Díaz llevó a cabo políticas de negación, segregación y exterminio contra los pueblos indígenas. Las campañas de exterminio se materializaron en el estímulo a la inmigración blanca y en la solución militar dada a la protesta originada por el despojo de tierras. 

El fin de la propiedad comunal implicó la desaparición de comunidades indígenas; la aplicación de leyes liberales destruyó más pueblos indígenas que los trescientos años de Colonia. La contradicción entre Estado nacional y pueblos indígenas delimitó la visión que se tuvo sobre el indio: ser corrompido, bárbaro, ignorante, factor de atraso socioeconómico y amenaza para la unidad nacional. La construcción de la nación, de acuerdo con los ideólogos y políticos del siglo XIX necesariamente por destruir las culturas indígenas y despojar a sus pueblos de sus propiedades comunales: para las elites mexicanas, el mejor indio fue el indio muerto.
Entre 1868 y 1887 estalló la rebelión de los yaquis, cuyos orígenes se remontan a la expansión de las haciendas sobre las propiedades comunales. Su líder, José María Leyva, conocido como Cajeme, logró aglutinar a todos los yaquis y organizar un gobierno con base con la tradición política y administrativa de las misiones 'jesuitas. Los rebeldes cobraban impuestos y mantenían redes comerciales que les permitieron contar con un ejército organizado. En 1887, Cajeme fue fusilado, y Tetabiate lo reemplazó. Después de resistir durante cuatro años, los yanquis fueron vencidos por medio de una guerra de exterminio. A los prisioneros se les cortaba la oreja y eran deportados a Tlaxcala y Veracruz, 0 vendidos como esclavos para las plantaciones de Valle Nacional, Yucatán y Cuba.

En 1868, fundó la Escuela Nacional Preparatoria, institución a la que pertenecieron importantes personalidades de la vida pública y cultural de México, como José Y. Limantour, Manuel Fernández Leal, Ezequiel Chávez, Horacio Barreda, Porfirio parra, Miguel y Pablo Macedo, Miguel Schultz y Benito Juárez Maza.
La Ley de Instrucción Pública, promulgada el 23 de mayo de 1888, no sólo reafirmó el carácter laico, gratuito y obligatorio de la enseñanza primaria, sino que además señaló que el presupuesto para educación correría a cargo del gobierno federal y estaría controlado por los ayuntamientos. Para hacer frente al desvío de recursos que repercutía en la nulidad de salarios para profesores y carencia de planteles, el gobierno centralizó la educación a través de la Ley de Instrucción Pública de 1896.

Pese a las políticas de la Secretaría de Instrucción Pública, creada en 1905 y presidida por Justo Sierra, más de tres cuartas partes de población siguió siendo analfabeta y el número de estudiantes en la preparatoria y las escuelas de educación superior era mínimo. En el medio magisterial, el descontento era la constante, debido a los bajos sueldos y a la adopción gubernamental de modelos extranjeros, que chocaba con el nacionalismo de los maestros.
Este descontento habría de influir significativamente en la oposición al régimen de Díaz, en cuya postrimería, Justo Sierra fundó la Universidad Nacional, con el fin de elevar la educación superior al nivel de las universidades europeas; sin embargo, su proyecto se vería interrumpido por el estallido de la Revolución.
En términos de cultura, durante el Porfiriato, las élites culturales adoptaron los modelos europeos y los difundieron a todos los ámbitos sociales, tratando de acrisolarlos con la cultura mestiza de México. Arquitectura, artes escénicas, pintura, música y literatura tuvieron la influencia del Romanticismo tardío, el art decó y el impresionismo, corrientes en boga en aquel momento.
A continuación, se podrán apreciar la siguiente imagen comparativas del porfiriato con lo que es ahora.
                


 

                        
Grandes progresos materiales que se habían realizado en México durante la dictadura porfirista, eran en gran parte resultado de la explotación inmoderada de las riquezas naturales y del pueblo, que habían venido realizando los capitalistas extranjeros y los terratenientes mexicanos, dueños de toda la riqueza del país.
En vergonzoso contraste, existían en miserables condiciones las clases trabajadoras: los habitantes del campo, indios y mestizos, vivían bajo el inicuo sistema del peonaje en los ranchos y haciendas, y los obreros de las fábricas y minas, que ya sumaban algunos millares, estaban sujetos a miserables salarios y a trabajos agotantes.
Esa enorme diferencia, fue uno de los factores que con mayor fuerza determinó la revolución de 1910, la cual no fue sino una continuación del movimiento libertador iniciado cien años antes.
El porfirismo representa históricamente un régimen de retroceso político y social, que anuló los esfuerzos de la Reforma para transformar el país.
En efecto, la constitución de 1857 estableció como principio fundamental la supremacía de los derechos del hombre sobre el derecho de propiedad; pero la dictadura invirtió conceptos, y en 1884 expidió una ley que daba al dueño de la tierra la propiedad de todo lo que había arriba y debajo de ella.
Bajo el velo de su famosa fórmula poca política y mucha administración, Díaz sacrificó las libertades públicas, limitó la libertad de imprenta, suprimió el sufragio popular y sojuzgó la independencia de los poderes Legislativo y Judicial, a la vez que centralizó el poder de toda la nación, convirtiéndose en árbitro supremo de toda la República.
Díaz siguió una táctica hábil de conciliación para halagar a todos los partidos políticos, mantuvo al ejército en situación privilegiada y favoreció la integración de los científicos, dándoles a ambas oportunidades de enriquecimiento: concesiones, empleos y tierras; a la clase media le concedió su ingreso en la burocracia, y a la aristocracia la colmó de honores y privilegios.
Díaz suprimió toda objeción a sus métodos de gobierno, evitando aun la más leve crítica a su política. Amordazó o compró a la prensa; los periodistas que se atrevían a publicar cosas inconvenientes para el régimen, eran perseguidos y encarcelados o asesinados.
La pequeña burguesía o clase media estaba constituida por los grupos de servidores del gobierno, integrados por profesionales, empleados y periodistas, puestos al servicio de la dictadura y de los intereses de los capitalistas nacionales y extranjeros.
Los abogados y profesionales que lograban sobresalir por su talento, eran atraídos por la camarilla porfirista para que ingresaran en la pequeña burguesía.



En los siguientes links podrán encontrar videos de apoyo para la compresión del tema tratado.
     
            https://youtu.be/dR_f23UlvyI                 https://youtu.be/-y_udL7XXTU      


Gracias Por Su Atención.

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